y salir al tedioso mundo infame
armado con el don de estar cansado y dolorido
(Ben Clark, Los últimos perros de Shakelton)
Lo peor de no tener talento artístico es no poder convertir tus miedos en algo externo a ti; la condena a vivir para siempre incomunicada, a estar perpetuamente desadaptada. Obligarte a encajar. Soportar los reproches de los que lo han conseguido. David Lynch lo comprendió antes. No me comparo con el artista, me refugio en él. Durante el documental The art life la cámara explora el universo mental y vital del director que le puso un escenario a nuestras peores pesadillas. Quizás la palabra escenario se quede corta, eso ya lo habían hecho otros; Dalí Buñuel, Bacon, Duchamp, Manlay. Lynch aportó la textura. Toda su obra está atravesada de ese abismo en el que lo real se quiebra y aparece la silueta de una mujer desnuda con la boca sangrante, huyendo por un callejón de una amenaza invisible. Una anécdota infantil que se convertirá en motivo obsesivo de su obra pictórica y cinematográfica; el enigma del sufrimiento femenino.
El horror está lleno de atmósferas envolventes que el que sueña debe atravesar antes de despertar; capas de insectos muertos, naturaleza de tripas volcadas , la tez de la descomposición. Cuando su padre vio algunos de los pájaros y ratones disecados que Lynch pretendía incorporar a su obra le dijo; Dave, sólo te pido una cosa, jamás tengas hijos. No estamos preparados para este mundo industrial. Lynch nunca estuvo interesado en el mundo de los afueras, quería permanecer todo el tiempo en el interior como quien se entrega a una fobia social voluntaria, quizás toda iniciativa artística es una forma de huida, la fuga de lo común, la puerta de emergencia de la masa ¿Está David Lynch loco? Si él lo está, entonces los demás sólo estamos disimulando. ¿Quién no ha sucumbido a la particular hipnosis de una imagen familiar hasta el punto de descontextualizarla, de desenraizarla? Sea como sea, Lynch no cumplió con el encargo de su padre. Pero la realidad le devolvía una mirada melancólica como la de las hojas de los sicomoros sin raíces, la exigencia de una productividad que no encontraba traducción entre las obsesiones familiares, las extremidades alargadas y los hombres sin cabeza que dialogaban en estancias sin ventanas.
Tal vez Lynch se salvó de la realidad porque tuvo más determinación que el resto en no caer víctima de la letanía de concesiones, rebajas, méritos, academias; tal vez sólo porque no podría existir de ninguna otra manera. Beber café. Fumar. Transformar las pesadillas en cosas que puedan ser sentidas y miradas en los ojos de un extraño que ha sentido el mismo miedo, el miedo paralizante y agotador hacia un mundo en el que la comunicación es la verdadera utopía. La palabra solo es una referencia. Pero la imagen es un espejo.
La cámara nos sitúa ante los terrores infantiles de un hombre que no puede parar de crear con las manos, a una velocidad mayor de la que lo hace con la mente. Las vísceras y el subconsciente, ninguna elaboración mental preconcebida, Lynch no puede explicar qué quieren decir sus pinturas o sus películas, el arte es el experimento de lo sensible , el arte aparece como un proceso abierto donde cabe la experiencia del fracaso, la pérdida del sentido, el dolor.
He recordado entonces lo mucho que te gustaba ir a arreglar cosas a la Biblioteca, hacer cosas con las manos, colocar una barra aquí, hacer un muñeco allá, improvisar la idea de un estudio de radio. Todos aquellos proyectos inverosímiles te tenían tanto tiempo ocupado, como si formaran parte de una misión que nadie más comprendía. Entonces no me daba cuenta del valor que tenían. Entonces, siempre pensaba que todo ese tiempo clasificando libros que jamás se prestarían, era tiempo perdido. No me daba cuenta de que eran esas cosas, esas cosas, las que nos protegían de la inercia brutal de los plazos. No sé por qué te decía a veces que era una pérdida de tiempo. El esmero que le ponías a la caligrafía, a los tarros de arena y los viajes a Bricopot, a las pancartas que colgábamos en el balcón de nuestras múltiples viviendas. No sé por qué me obsesionaba con la productividad. A veces las cosas llevan tiempo. Me llevó tiempo entender lo que querías decir cuando me contestabas: el tiempo que disfrutas perdiendo no es tiempo perdido.
Me llevó tiempo darme cuenta de que yo no quería la vida de mis amigas: las casas en propiedad y los coches nuevos, las vacaciones en paraísos exóticos y los muebles de diseño. Me llevó tiempo darme cuenta de que tampoco quería la vida de mis padres, los éxitos cosidos en la cara, citar en cada frase a un autoridad en la materia. Me llevó tiempo comprender que el horror no eran las dimensiones de mi culo, las enfermedades o el miedo a las enfermedades, el calor, la falta de dinero, la falta de trabajo, la normalidad, la serenidad y la fidelidad, el verdadero horror era vivir sin otoños . Me llevó tiempo entender no tenía por qué temer vivir en un mundo en el que no era como ellos, o no era como nadie, que no tenía por qué raparme la cabeza cada vez que la asfixia superara el aire respirado, que bastaba esperar a que las nubes se fueran de lo que tu llamabas “la cabeza nublada”. Me llevó tiempo tomarme enserio tus pesadillas y entender las mías. Me llevó tiempo entender que no supimos sostener el temblor del asfalto que se agrietaba bajo nuestros pies. Quizás Lynch hubiera sabido cómo. Pero este ha sido el tiempo que nos ha tocado vivir. No soportó el amor la prima de riesgo.